Es una incógnita en qué momento decidió que los independentistas habían dejado de serlo, y otra no menor quién le dijo que no debería pagar a su vencimiento la factura de la moción de censura
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante la segunda jornada
del debate de las enmiendas a la totalidad del proyecto de Presupuestos
Generales del Estado. (EFE)
Los independentistas —sin pedirle nada— le hicieron presidente del Gobierno el 1 de junio de 2018. Y los independentistas, el 12 de febrero de 2019, pidiéndole todo, le han desalojado de la Moncloa. Entre una y otra fecha —casi ocho meses y medio—, Pedro Sánchez ha tenido todas las oportunidades de pilotar los acontecimientos y todas las ha despilfarrado. Y siempre por la misma razón: resistir en el poder,
continuar siendo presidente, desafiar las circunstancias y despreciar
las realidades. Pero su peor error quizás haya sido suponer que,
efectivamente, su estancia en la Moncloa era gratis y que los que le
auparon a la presidencia del Ejecutivo no terminarían por pasarle la
cuenta. Y en el peor de los casos: él siempre creyó que la factura sería
accesible.
La semana pasada, al presidente le reventó una pinza insospechada: de una parte, su partido, que no admitía el relator de la mesa de negociación que exigían los separatistas porque se parecía mucho al 'mediador' que reclamaba Torra en sus indecentes 21 puntos; de otra, la exigencia cerrada de republicanos y neoconvergentes para “hablar de todo”, es decir, del derecho de autodeterminación. El viernes pasado, Sánchez se quedó, al mismo tiempo, sin el apoyo efectivo de su partido y sin la más mínima comprensión de sus acreedores y hasta entonces socios, los secesionistas. Los suyos le pararon y los socios le empujaron. Terminó tropezando, Carmen Calvo mediante.
La semana pasada, al presidente le reventó una pinza insospechada: de una parte, su partido, que no admitía el relator de la mesa de negociación que exigían los separatistas porque se parecía mucho al 'mediador' que reclamaba Torra en sus indecentes 21 puntos; de otra, la exigencia cerrada de republicanos y neoconvergentes para “hablar de todo”, es decir, del derecho de autodeterminación. El viernes pasado, Sánchez se quedó, al mismo tiempo, sin el apoyo efectivo de su partido y sin la más mínima comprensión de sus acreedores y hasta entonces socios, los secesionistas. Los suyos le pararon y los socios le empujaron. Terminó tropezando, Carmen Calvo mediante.
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