Las elecciones de abril ofrecen a la sociedad en su conjunto la
posibilidad de exigir soluciones compartidas a los partidos
constitucionales
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su intervención en la última sesión de control al Ejecutivo.
EFE/Javier Lizón
Nuestro sistema político, y la
sociedad que vive dentro de él, parecen tener bastante buena salud, y
resisten pruebas de rendimiento como las que España está experimentando
en este tiempo. En estos últimos días se ha bordeado una seria crisis
nacional con la fallida propuesta del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez,
de aceptar un “relator” para seguir negociando los presupuestos del
Estado con los independentistas catalanes, y que se encadenó con la
reacción en las calles del PP, Ciudadanos y Vox convocando una
manifestación cuyo propósito último era poner fin al Gobierno.
Hacia la mitad de la semana pasada, unos negros
nubarrones políticos hacían presagiar una gran crisis institucional. Con
una menor entidad constitucional de partida, por ejemplo, el Gobierno
francés de Macron se vio envuelto en una
crisis política que evolucionó en las calles de Francia como un desafío a
la legitimidad del presidente de la República. En España, según se
fueron conociendo a lo largo de semana los términos de la posible
negociación entre el Gobierno con los independentistas, el ambiente
político fue haciéndose más y más explosivo.
Al
presidente Sánchez le estalló un conflicto interno, y con la opinión
pública, porque actuó al margen de las instituciones de control. Parece
claro que no podía aceptar los otros “veinte puntos” de Quim Torra,
y quedaba por ver cómo se concretaría la chapuza del “relator”, pero
cuando se supo de su existencia por las declaraciones reveladoras del
dirigente socialista catalán, Miquel Iceta, y por las filtraciones malévolas del propio presidente de la Generalitat, las justificaciones increíbles de la vicepresidenta Carmen Calvo
dejaron a Pedro Sánchez a la intemperie de quien carece del mínimo
resguardo institucional. El conflicto le podía estallar porque la
negociación de los presupuestos del Estado se mezclaba con los
fundamentos del sistema político, y nadie sabía nada de eso, excepto
cuatro personas a título meramente personal.
El error de Sánchez fue mezclar la negociación de los presupuestos del Estado con otra que operaba al margen de las instituciones de control
Entonces Sánchez se encontró solo en su partido. Varios
presidentes socialistas autonómicos hicieron declaraciones a los medios
de comunicación en las que rechazaban la idea de un “relator”, y cuando
se descubrieron los puntos de la negociación de Torra –incluido el punto
de “hablar” también del “derecho a la autodeterminación”-, las palabras
de Alfonso Guerra y de Felipe González,
llamando a respetar la Constitución, precipitaron un debate interno
que se hacía fuera de los pocos cauces que el PSOE aún conservaba. Ni el
Comité Federal, ni el órgano territorial socialista, fueron convocados. En cuanto al Consejo de Ministros, tampoco conocía los puntos del
“relator” y los propuestos por Torra, pero parece que en el Consejo
celebrado el viernes de la pasada semana, algunos ministros fueron
críticos porque no conocían nada de lo que se estaba negociando.
A pesar de que el PSOE
careció de órganos para controlar a su secretario general, lo que
sucedió durante esos días indica que, con todo, el alma democrática y
crítica del socialismo español sigue viva, y activa. Además,
desmintiendo radicalmente la teoría de los nacionalistas de que el
Estado español está vacío de sustancia nacional, las reacciones de la opinión pública
prueban lo contrario, pues desbarataron por completo cualquier
propuesta de diálogo que se hiciera fuera de los cauces legales y de la
Constitución. Ante este conjunto de reacciones nacionales y partidarias,
el presidente Sánchez corrigió el rumbo político, y lo hizo mejor que
todos los restantes dirigentes de los demás partidos políticos.
En efecto, PP, Ciudadanos y Vox convocaron una
manifestación, en lugar de acudir al Congreso de los Diputados -donde
dominan la Mesa de la Cámara-, y lo hicieron elevando el tono de las
críticas, hasta llegar a infundadas acusaciones y gravísimos insultos
contra el presidente Sánchez; si de verdad pensaban que Sánchez era un
traidor, lo lógico y sensato hubiera sido poner en marcha el artículo
102 de la Constitución que establece la “responsabilidad criminal del
Presidente del Gobierno (…) Si la acusación fuere por traición (…) podrá
ser planteada por iniciativa de la cuarta parte de los miembros del
Congreso”(…).
La reacción interna en el PSOE y la de la opinión pública desbarataron cualquier propuesta de diálogo con el independentismo planteada al margen de los cauces legales
Prefirieron manifestarse, ignorando las inmensas
posibilidades del debate en el Congreso, y no fueron capaces de
movilizar a la gente tanto como ellos pensaban; y, en todo caso, la
afluencia se tenía que dividir entre tres. Se convocó la manifestación
con el argumento de que Sánchez había pactado con los independentistas, y
que por eso había que forzar desde la calle la convocatoria de
elecciones. A los pocos días, los hechos desmentían esos tremendos
vaticinios. Los independentistas votaban en contra de los presupuestos y
Sánchez anunciaba que las Cortes serían disueltas, y en abril se votaría a diputados y senadores.
Tiene sentido esperar que los políticos acaben por adaptarse a los niveles de racionalidad y tolerancia de nuestro sistema político, y de la mayoría de la sociedad. Hoy parece que todo seguirá igual, pero es probable que las elecciones en abril ofrezcan resultados novedosos. La rigidez actual puede cambiar si la sociedad presiona a los partidos constitucionales para que encuentren soluciones compartidas.
JUAN JOSÉ LABORDA Vía VOZ PÓPULI
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