/JAVIER SORIANO /AFP
La llamada "internacionalización del conflicto" es una vieja fantasía batasuna. Aceptar que existe una querella histórica entre dos realidades diferenciadas en pie de igualdad es peor que asumir el marco mental del nacionalismo: supone que el Gobierno degrada nuestra democracia a una suerte de régimen neocolonial que requiere de un supervisor neutral para resarcir al oprimido. Este es el relato infame que la propaganda independentista desglosó en 21 puntos entregados a Sánchez en Pedralbes, incluidas la "desfranquización" de España y la mediación internacional. Que el Gobierno se ponga a buscar un "relator" -importando el lenguaje bélico de la ONU- para una mesa de negociación sobre autodeterminación que satisfaga los delirios del fugado Puigdemont y el reo Junqueras es una afrenta que ciertamente merecería la escritura de un manual de resistencia a toda noción de responsabilidad de Estado. Solo falta que el relator sea un extranjero con ínfulas de pacificador al estilo de la conferencia de Ayete. ¿Qué más está dispuesto a hacer Sánchez para contentar a los desleales? ¿Hasta cuándo piensa seguir humillándose y humillándonos?
Para camuflar su enésima claudicación, Moncloa despliega una campaña de provocación a la derecha en la esperanza de que la polarización ideológica y el voto del miedo le haga aparecer como el refugio moderado frente al auge ultra. No de otro modo puede interpretarse el ataque secuenciado a la educación concertada, la priorización en la agenda del Ministerio de Justicia de los casos de abusos sexuales en la Iglesia o la expulsión de Hazte Oír del registro de asociaciones con derecho a subvención. EL MUNDO ha probado su beligerancia contra las fobias intolerantes de Hazte Oír como contra la lacra pederasta en la Iglesia. Pero ya estamos hartos de las maniobras escénicas de un Ejecutivo que a falta de escaños y de rumbo se pasa el tiempo programando campañas para deslegitimar a la oposición y fomentar el culto personal al único presidente que llegó a serlo gracias a partidos con líderes procesados por golpismo. Si Sánchez quiere hacerse perdonar su pecado original, que ponga las urnas.
EDITORIAL de EL MUNDO
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