El objetivo principal debería ser siempre corregir el déficit entre reproducción deseada y real
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Las recetas para posibilitar que las familias tengan tantos hijos como deseen son bien conocidas. Todas tienen que ver con proteger sus carreras laborales, sus ingresos y sus condiciones de vida de las consecuencias que tiene la llegada de un bebé. Pero estas recetas cuestan dinero. Los recursos para que los permisos de paternidad y maternidad sean más generosos, las escuelas infantiles de calidad sean más accesibles y las familias dispongan de ayudas directas para atender a sus hijos han de salir de algún sitio. El país de nuestro entorno que con más ambición ha abrazado la causa natalista, Francia, gasta dos puntos porcentuales del PIB más que nosotros en políticas de ayuda a las familias. Ello les permite tener la tasa de fecundidad más alta de Europa, que pese a todo está por debajo de los dos hijos por mujer.
Si estas políticas de verdad nos preocupan, es el momento de exigírselas a nuestros políticos. Como los unicornios no existen, debemos exigirles también que nos digan cómo las pagaremos. Hay dos opciones.
Una primera es financiarlas con deuda. No parece la opción más sensata en el contexto actual de consolidación fiscal. Pero no debería ser una opción del todo descartable. Si los tipos de interés a los cuales se puede financiar el Estado son bajos y estamos seguros de que estas políticas mejorarán las perspectivas económicas en el largo plazo, no sería descabellado endeudarse para ponerlas en marcha.
Pero si hay incertidumbre sobre la rentabilidad de estas inversiones, tendremos que aumentar de manera creíble la capacidad recaudatoria del Estado para financiarlas. Al fin y al cabo, una de las cosas que también nos enseña el ejemplo francés es que para que estas políticas funcionen, han de ser percibidas como predecibles por la ciudadanía. Los brindis al sol solo generan escepticismo y rechazo.
JOSÉ FERNÁNDEZ ALBERTOS Vía EL PAÍS
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