Monumento de Lucio Emilio Paulo Macedónico en Delfos, 167 a.C.
Como los españoles
solemos exigir etiquetas simples y necesitamos, además, que éstas sean
negras o blancas con ausencia de grises, a veces alguien me pregunta si
soy de derechas o izquierdas, o si monárquico o republicano.
Lo sueltan así, tal
cual, esperando que quieras más a tu papá que a tu mamá, o al contrario.
Hay días en los que te pillan cansado, y entonces me limito a responder
que no tengo ideología, sino biblioteca. O que soy de derechas o
izquierdas según el pie que me pisan.
Otras veces, cuando
escucho la radio o miro los periódicos y lo que anhelo es que llueva
napalm y se vaya todo a tomar por saco, lo que digo es que me gustaría
ser jacobino con guillotina incorporada. Chas, chas, chas. Pero la mayor
parte de las veces suelo decir la verdad. Que soy republicano, pero con
un matiz importante: republicano de la república romana. No confundamos
las cosas.
El matiz importa mucho, porque me temo que lo que algunos entienden por república peca de irreal en este país donde la historia no sirve como aprendizaje para el futuro sino como arma arrojadiza para envenenarlo. Ese paraíso idílico del que un pueblo noble y feliz fue arrancado dos veces por cuatro curas, banqueros y generales tiene poco que ver con lo que uno ha escuchado, ha leído e incluso, a cierta edad, ha visto.
El matiz importa mucho, porque me temo que lo que algunos entienden por república peca de irreal en este país donde la historia no sirve como aprendizaje para el futuro sino como arma arrojadiza para envenenarlo. Ese paraíso idílico del que un pueblo noble y feliz fue arrancado dos veces por cuatro curas, banqueros y generales tiene poco que ver con lo que uno ha escuchado, ha leído e incluso, a cierta edad, ha visto.
Además, ¿imaginan
ustedes una república cuya autoridad máxima pasara cada cuatro años de
mano en mano entre individuos como Aznar, Zapatero, Rajoy, Sánchez,
Casado, Abascal, Rivera, Torra, Echenique o Iglesias?… Busquen ustedes
entre nuestra clase política, por favor, un presidente de república
sereno, culto, prestigioso, honrado, ecuánime y decente. ¿A que no salen
nombres? Por eso, como he dicho alguna vez, soy republicano de razón y
monárquico por necesidad.
Felipe VI me parece una
buena persona, muy bien formada e inteligente, que conoce perfectamente
su papel y lo ejecuta de modo impecable. Y además, habla idiomas. Puedo
equivocarme, naturalmente; pero con él no espero sorpresas ni ambiciones
más allá de lo que hay. Está sometido a escrutinio y controlado por
leyes que no puede manipular. Si da un resbalón, se cae con todo el
equipo. Lo tenemos controlado hasta para saber qué marca de pasta de
dientes utiliza.
Todo lo cual me lleva, como les decía, a ese republicanismo romano del que antes hablaba. A esa república del siglo II antes de Cristo, también ideal para mí –cada cual tiene sus irrealidades en la mollera–, que tanto admiré desde que empecé a declinar rosa, rosae, y que lamento haya sido borrada de los planes escolares, pues tal vez con su conocimiento estrecho, con su referencia aunque fuese lejana, nuestra clase política sería menos analfabeta, menos estúpida y más honorable en actitudes y discurso.
Todo lo cual me lleva, como les decía, a ese republicanismo romano del que antes hablaba. A esa república del siglo II antes de Cristo, también ideal para mí –cada cual tiene sus irrealidades en la mollera–, que tanto admiré desde que empecé a declinar rosa, rosae, y que lamento haya sido borrada de los planes escolares, pues tal vez con su conocimiento estrecho, con su referencia aunque fuese lejana, nuestra clase política sería menos analfabeta, menos estúpida y más honorable en actitudes y discurso.
Me refiero a mi período
favorito de la república romana, la época de los Escipiones –con su
toque hermanos Graco para darle sal y pimienta popular–, antes de que
todo se sumiera en la podredumbre y el caos de las guerras civiles que
terminaron con ella: la humanitas de Cicerón como visión del Estado, y
la virtus alabada por Salustio –capaz incluso de reconocerla en el
criminal Catilina– como regla moral y ciudadana.
Qué ejemplar, por citar sólo ésa, la vida de uno de mis personajes más admirados de entonces, Lucio Emilio Paulo, que tras vencer en la batalla de Pidnia, cuyo botín fue tan enorme que los ciudadanos romanos dejaron de pagar impuestos, sólo se reservó para sí, como trofeo, la biblioteca del derrotado rey Perseo, para que sus hijos tuvieran mejor ilustración.
Qué ejemplar, por citar sólo ésa, la vida de uno de mis personajes más admirados de entonces, Lucio Emilio Paulo, que tras vencer en la batalla de Pidnia, cuyo botín fue tan enorme que los ciudadanos romanos dejaron de pagar impuestos, sólo se reservó para sí, como trofeo, la biblioteca del derrotado rey Perseo, para que sus hijos tuvieran mejor ilustración.
El Lucio Paulo que en
vísperas de una batalla hizo explicar qué era un eclipse de luna a sus
legionarios para que éstos no se aterrorizaran con el fenómeno que iba a
ocurrir en mitad de la lucha. El hombre que, al recibir Italia a un
millar de griegos como rehenes, escogió entre ellos, como preceptor para
sus hijos, a un culto joven llamado Polibio, que fascinado por el poder
mundial de Roma escribiría la primera gran historia de ésta.
Lucio Emilio Paulo, en
fin: el exitoso militar y político que, tras una vida de triunfos,
virtud, dignidad y honor, murió tan pobre como había vivido, y lo que
dejó fue tan poco que apenas sirvió para pagar la dote de su segunda
esposa.
Qué nutritivas lecciones podrían extraer nuestros analfabetos políticos actuales si mirasen hacia aquel tiempo. Si tuvieran decencia y leyeran, o si adquiriesen alguna decencia leyendo. Cuánto podrían aprender de aquellos personajes y de aquel mundo; cuando Roma aún prefería la libertad, con sus consecuencias, a la tranquilidad y seguridad personal que iban a darle los emperadores y las tiranías que venían de camino.
Qué nutritivas lecciones podrían extraer nuestros analfabetos políticos actuales si mirasen hacia aquel tiempo. Si tuvieran decencia y leyeran, o si adquiriesen alguna decencia leyendo. Cuánto podrían aprender de aquellos personajes y de aquel mundo; cuando Roma aún prefería la libertad, con sus consecuencias, a la tranquilidad y seguridad personal que iban a darle los emperadores y las tiranías que venían de camino.
ARTURO PÉREZ-REVERTE Vía XL Semanal
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