Rivera arriesga, apuesta por Arrimadas y recupera protagonismo para
consumar un 'sorpasso' sobre el PP que se adivina casi imposible
Inés Arrimadas
Tres hojitas, madre, tiene el arbolé, se cantaba en las escuelas cuando los gays aún no se habían amariconado, como explica José María Cano. Tres hojitas tiene también el arbolé de la derecha. La una en la rama, o sea el PP, y las dos en el pie, Cs y Vox.
Inés, Inés, Inesita, Inés, decía la tonadilla. Las tres hojitas
cuelgan, en efecto, del mismo tronco, aunque parecen de árboles
distintos. No lo son. Brotaron todas ellas de la gran derecha de Aznar, que plantó y crió un hermoso arbolito que llegó a casi 10,5 millones de votos. Rajoy
lo heredó algo marchito, lo regó con cariño y, después de dos mustias
legislaturas, consiguió hacerlo rebrotar con fuerza inusitada, hasta los
10,8 millones.
Era un árbol de hoja única, con vocación de perenne.
Hasta que emergió la hoja de Ciudadanos, con savia nueva y en un plis
plás se zampó dos millones de votos de un Rajoy torpe y adormilado.
Ahora al arbolito le ha salido otra hoja, con ganas de subirse a la
parra y entoñar a las otras dos bajo tierra. Ahí están las tres hojitas.
Y ahí está también Inesita, la del cantar.
La protagonista de la semana y quizás del año. Pese a la sorpresa, e incluso al susto de algunos, Inés Arrimadas ha hecho lo que todos esperaban: dar el salto a Madrid. Andan sueltos los lobos en Cataluña
y no hay pastor que los devuelva al monte. Arrimadas consumó la proeza
de vencerlos, por primera y quizás única vez, en su propio terreno, en
unas autonómicas. Convirtió a Ciudadanos en la primera fuerza del
Parlamento aunque sin poder gobernar. En una comunidad asilvestrada y
emponzoñada desde las aulas a la tele, desde el patio del recreo hasta el Virolai, toda ensoñación de normalidad se antoja un imposible. Por ahora.
Arrimadas es la política más estimulante y atractiva de nuestro patio político, en el que abundan las mujeres de cuota pero no de fuste. Irene Montero prometía pero se sepultó en el chalé
Albert Rivera
ha ultimado un par de jugadas muy arriesgadas, pero inevitables. Los
sondeos le acogotan, lo naranja no vende como antaño y ya no tiene
enfrente a un PP viejuno y adormilado, sino a uno nuevo, con brío y con
ganas, con un líder incluso más joven que él mismo, y con ideas modernas
y muy claras.
El primer movimiento de Rivera ha sido romper drásticamente con el mal, es decir, con Sánchez
y sus compañeros de cama golpistas. Renuncia al voto de la izquierda
moderada, dicen, y se lanza a la conquista de la copa del árbol. Para
semejante desafío, necesitaba ayuda. Sólo Inés se la puede prestar.
Ciudadanos es un partido, no se sabe bien porqué, con escasa anuencia en
el voto femenino. Arrimadas es el antídoto contra ese maleficio. Es la
política más animosa, estimulante y atractiva del tablero, en el que
abundan las mujeres de cuota que no de fuste. Irene Montero prometía pero se sepultó en el chalé.
Con Arrimadas, el partido naranja ha recuperado protagonismo, empuje, ansias de conquista y, sobre todo, notoriedad. Rivera estaba estancado. Casado
le hurta gran parte de su discurso liberal y Vox le deja en pañales
frente a los golpistas. Incluso ha tenido que recurrir a una tránsfuga
en la vieja Castilla. Nunca ocurrió tal cosa en quien se reclama
estandarte de ‘la nueva política’.
Los desafíos de Rivera
El futuro es mujer, diría Ferreri.
Arrimadas tiene vocación de líder y más tirón que el flautista de
Hamelín, como demostró en las andaluzas. Casado le hizo allí la campaña a
Juanma Moreno y Arrimadas se la hizo al pansinsal de Marín. A ambos les fue bien. Echaron a Susana Díaz
y gobiernan mano a mano. A trompicones, pero gobiernan. Le toca ahora a
Arrimadas fajarse en la Champions. Para despedirse del navajeo cobardón
y potriñoso del supremacismo separatista, se plantificó en Waterloo,
ante los morros del prófugo, una visita discutible. Ahora se enfrascará
en una intensa campaña, lejos de Rivera y cerca del votante. Quizás le
salga bien. El objetivo es el ‘sorpasso’.
Inés ha saltado a la arena para catapultar al equipo naranja por encima de los pronósticos. Si lo logra, el futuro es suyo. Y si no, también. Rivera ya tiene heredero
Rivera se enfrenta a dos desafíos. Anular a Casado y
alejarse de Vox. Al líder del PP pretende cogerlo por la taleguilla,
para que no recupera sus votantes perdidos. A Abascal lo mantiene a raya
a patadas. Los tres, a manotazos, en el arbolé. Los demóscopos
vaticinan que con tres hojitas, el árbol de la derecha puede secarse. Si sólo hubiera dos, alcanzarían los 190 escaños. Con Vox difícilmente llegarán a los 176, es decir, la mayoría absoluta.
Casado
se desgañita repitiendo esta cantinela del voto útil. “El único PP es
el PP. No busquen imitaciones”. Una propuesta sensata pero que se antoja
imposible. Rivera ha echado el resto y Vox no ha nacido para arrugarse.
Hay un voto con ganas de venganza, ansioso
de propinarle un patadón en el pandero al chulapo de la Moncloa. Vox
tiene la bota más gorda. Y Ciudadanos se ha puesto en manos de
Arrimadas, la presencia más contundente, recia y vigorosa de sus filas.
Inés,
Inesita, Inés ha saltado a la arena para catapultar al equipo naranja
por encima de los pronósticos. Si lo logra, el futuro es suyo. Y si no,
también. Rivera ya tiene heredero.
JOSÉ ALEJANDRO VARA Vía VOZ PÓPULI
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