Los hechos históricos deberían entenderse con un método para comprender las conductas humanas, de ahí la importancia de adoptar un enfoque psicológico
¿Una memoria construida entre todos? (iStock)
Mi interés por la historia deriva de mi interés por la memoria.
Por eso, accedo a ella desde la psicología. La memoria nos permite
conservar el pasado. La historia, también. Pero entre ambas hay un hiato
enorme, porque la distancia entre la experiencia personal y el hecho
histórico es difícilmente salvable. Es la misma que hay entre la
experiencia subjetiva y el hecho objetivo. En 'La cartuja de Parma', Stendhal cuenta la historia de Fabrizio del Dongo,
un joven que quiere unirse a las tropas napoleónicas. Las encuentra
desplegadas en un lugar llamado Waterloo. Lo que vive a continuación son
imágenes inconexas en un escenario reducido: carreras, disparos, explosiones, caballos al galope, polvareda, ruido y furia. Un
golpe le deja sin sentido. Cuando despierta está en una granja. Durante
toda su vida, Fabrizio se preguntó si aquello que había visto había
sido una batalla, y si fue la batalla de Waterloo.
Lo mismo tuvo que suceder a los miles de implicados en esa situación.
Nadie experimentó 'la batalla', sino una sucesión de pequeños
acontecimientos. Más tarde, recibirían una versión abstracta del hecho,
en la que pudieron introducir sus recuerdos personales. Entonces podrían
decir que 'estuvieron en la batalla de Waterloo', o que presenciaron la derrota de Napoleón.
La psicología estudia la memoria como facultad individual, pero la sociología se interesa por otro tipo de memoria. Sobre la experiencia individual se construye la 'memoria colectiva'. Los grupos sociales —las familias o las naciones, da igual— elaboran una versión compartida de un suceso, en la cual insertan sus recuerdos personales. La memoria colectiva —escribe Pierre Nora— es “lo que queda del pasado en la vivencia de los grupos, o lo que estos grupos hacen con el pasado”. Eso hace que sea plural y que distintas memorias de lo mismo se enfrenten en la esfera pública, el lugar donde grupos diversos compiten por la hegemonía sobre discursos plausibles y relevantes dentro de la sociedad en su conjunto.
La memoria colectiva no se puede confundir con la historia. Cada español vivió la Guerra Civil a su manera, desde su situación, con sus miedos y sus esperanzas, con sus filias y sus fobias. Luego, como totalidad, como abstracción, la Guerra Civil española recibió una interpretación distinta en cada uno de los bandos contendientes. Por eso surgen las disputas sobre la 'memoria histórica'. Uno no se reconoce en la memoria del otro. Lo que para unos fue una rebelión contra el orden constitucional, para otros fue una 'cruzada' para salvar España. Cada versión es transmitida y elaborada por los medios de comunicación y los sistemas educativos, que se nutren de los relatos individuales, a los que a su vez refuerzan. Monumentos o festividades funcionan como prótesis de esa memoria.
En Francia, durante muchos años, la versión oficial contó la ocupación nazi como una valerosa historia de resistencia, ocultando el decidido colaboracionismo del Gobierno de Vichy y de miles de franceses. La recuperación de esa historia eludida provocó que, en 1995, el presidente Jacques Chirac pidiera perdón a los ciudadanos judíos por el atroz comportamiento del Gobierno francés durante aquellos años terribles. Si alguien está interesado en ver cómo los recuerdos personales se codifican en una versión oficial, puede estudiar un apasionante caso muy bien investigado: la biografía de san Francisco de Asís. Ante la proliferación de recuerdos personales sobre el santo, y de leyendas que aparecieron inmediatamente después de su muerte, san Buenaventura, prior de la orden, elaboró una versión oficial y mandó destruir todos los documentos y versiones anteriores.
Las memorias colectivas como fenómeno de psicología social son heterogéneas. No se pueden mezclar. Si hay dos o más Españas, es que hay dos o más memorias. En este momento, la memoria personal y la memoria colectiva de los catalanes independentistas son distintas de las de los catalanes no independentistas, o de las del resto de los españoles. La conclusión me parece evidente y sombría. Ni al nivel de la memoria personal ni al nivel de la memoria colectiva es posible la unificación de recuerdos. Es decir, no es posible el entendimiento. Sucede algo parecido en los conflictos de pareja. Con frecuencia, cada uno de sus miembros tiene una memoria diferente de la vida en común y está encerrado en ella.
La única solución es buscar un conocimiento del pasado que vaya más allá de esas experiencias psicológicas y nos proporcione un conocimiento objetivo de lo que ocurrió y de lo que ocurre. Trascender los recuerdos para alcanzar la historia. Poner entre paréntesis las emociones, puesto que es imposible eliminarlas, porque con frecuencia hacen que percibamos solo la información que las fortalece o satisface. Memoria y 'ciencia histórica' se mueven en niveles distintos. Subjetivo y objetivo. Sin embargo, muchos historiadores y filósofos son escépticos ante la posibilidad de alcanzar la objetividad histórica. Me parece una afirmación falsa y, además, peligrosa. Por eso me dedico ahora a la historia, y por eso creo que necesitamos un debate entre historiadores que permita recuperar su función social.
Pondré un ejemplo urgente. Dentro de unos meses, iremos a unas elecciones europeas. Europa ha estado fragmentada secularmente en naciones que luchaban entre sí y que elaboraban historias nacionales sobre esas contiendas, con frecuencia basadas en el odio al vecino. No podremos construir Europa si no sobrevolamos esos relatos nacionales y elaboramos la historia europea, que tiene que contemplar y explicar los enfrentamientos, las luchas, el sufrimiento injustificable, los heroísmos y los crímenes. Tampoco comprenderemos Europa encerrándonos en ella.
La parcelación nacional es fruto de la historia, no origen de ella. Recientemente ha aparecido una 'Historia mundial de Francia', cuyo éxito ha animado a publicar una 'Historia mundial de Catalunya' y una 'Historia mundial de España'. El proyecto nació de una frase del gran historiador Michelet: “Hace falta una historia universal para entender Francia”. Lo mismo ocurre con las demás naciones. Necesitamos tener una 'memoria compartida' de toda la humanidad. Por eso escribí 'Biografía de la humanidad'.
No soy historiador profesional, y conozco mis limitaciones, pero creo que mi deber es recordar a los historiadores su responsabilidad. Hace unas semanas, propuse aquí que el Monasterio del Valle de los Caídos se convirtiera en "centro de estudios de la historia compartida”. Creo que este enfoque permite resolver los problemas sobre la necesidad de recordar o de olvidar. David Rieff, en su libro 'Elogio del olvido', defiende que a veces hay el deber de recordar, pero otras hay el deber de olvidar. Elogia el 'pacto del olvido' que instituyó la Ley de Amnistía española. Sin embargo, se está proyectando la película 'El silencio de otros', dirigida por Almudena Carracedo y Robert Bahar, donde se defiende dramáticamente lo contrario. Creo que esas memorias personales no se pueden olvidar, pero creo también que necesitamos una visión histórica que nos permita comprender la totalidad de los hechos. Solo entonces podremos sacar enseñanzas.
La historia no tiene solo una función informativa, sino una función cognitiva más profunda. Es un método para la comprensión de las conductas humanas. Debe también incluir el estudio de las experiencias encontradas; por eso, en el gráfico, las incluye y las abarca, y por eso defiendo un enfoque psicológico de la historia. Aunque no debería hacer falta repetirlo, hay que insistir en que 'comprender' no significa 'excusar' ni 'justificar', sino estar en buenas condiciones para juzgar. El desdén hacia la historia que demuestran todos los sistemas educativos, bajo la presión de las STEM ('science, technology, engineering, mathematics'), supone el triunfo de una cultura del uso sobre una cultura de la comprensión. Y esto, que es comprensible cuando nos referimos a los teléfonos o a los ordenadores, resulta peligroso cuando nos referimos a las instituciones sociales o a las personas. Saber usarlas no basta. Tenemos que comprenderlas.
Procedo de la filosofía, y me muevo con más soltura en la psicología, la lingüística o la pedagogía. Sin embargo, creo que el Humanismo que necesitamos ha de ser liderado por la historia, porque es la única que puede darnos a conocer la experiencia de la humanidad. Prescindir de ella nos condena a un alzhéimer social. En un estupendo artículo publicado en el último número de 'Cuadernos de Pedagogía', Gonzalo Pontón, Premio Nacional de Historia, recordaba la responsabilidad social de los historiadores. Citaba un texto de Josep Fontana: “La historia es la única disciplina de cuantas se dan en educación primaria y secundaria que tiene la capacidad de crear una conciencia crítica respecto del entorno social en que vivimos, lo cual puede convertirla en una herramienta eficaz de educación cívica”.
Por desgracia, en la actualidad no está cumpliendo esa función. La 'memoria colectiva', es decir, la elaborada para fortalecer la cohesión de un grupo, se impone a la historia. La 'lucha por el relato' es el intento de imponer una versión sobre otra. No necesitamos relatos, sino historia. Este problema no es exclusivamente español, porque en todas partes se ha intentado instrumentalizar la historia. En 1994, el Senado estadounidense rechazó por 99 votos contra uno la propuesta de introducir un programa de Historia Universal en los institutos, elaborado por un amplio comité de historiadores, porque los senadores temían que ese conocimiento erosionara las cualidades especiales de la civilización occidental. No podemos dejar que los recuerdos o el olvido se impongan a la historia. Por eso me hago una pregunta que me parece indispensable: ¿dónde están los historiadores que necesitamos en este momento confuso y crítico de nuestra convivencia?
JOSÉ ANTONIO MARINA Vía EL CONFIDENCIAL
La psicología estudia la memoria como facultad individual, pero la sociología se interesa por otro tipo de memoria. Sobre la experiencia individual se construye la 'memoria colectiva'. Los grupos sociales —las familias o las naciones, da igual— elaboran una versión compartida de un suceso, en la cual insertan sus recuerdos personales. La memoria colectiva —escribe Pierre Nora— es “lo que queda del pasado en la vivencia de los grupos, o lo que estos grupos hacen con el pasado”. Eso hace que sea plural y que distintas memorias de lo mismo se enfrenten en la esfera pública, el lugar donde grupos diversos compiten por la hegemonía sobre discursos plausibles y relevantes dentro de la sociedad en su conjunto.
Las memorias colectivas son heterogéneas y no se pueden mezclar. Si hay dos o más Españas, es que hay dos o más memorias
La memoria colectiva no se puede confundir con la historia. Cada español vivió la Guerra Civil a su manera, desde su situación, con sus miedos y sus esperanzas, con sus filias y sus fobias. Luego, como totalidad, como abstracción, la Guerra Civil española recibió una interpretación distinta en cada uno de los bandos contendientes. Por eso surgen las disputas sobre la 'memoria histórica'. Uno no se reconoce en la memoria del otro. Lo que para unos fue una rebelión contra el orden constitucional, para otros fue una 'cruzada' para salvar España. Cada versión es transmitida y elaborada por los medios de comunicación y los sistemas educativos, que se nutren de los relatos individuales, a los que a su vez refuerzan. Monumentos o festividades funcionan como prótesis de esa memoria.
En Francia, durante muchos años, la versión oficial contó la ocupación nazi como una valerosa historia de resistencia, ocultando el decidido colaboracionismo del Gobierno de Vichy y de miles de franceses. La recuperación de esa historia eludida provocó que, en 1995, el presidente Jacques Chirac pidiera perdón a los ciudadanos judíos por el atroz comportamiento del Gobierno francés durante aquellos años terribles. Si alguien está interesado en ver cómo los recuerdos personales se codifican en una versión oficial, puede estudiar un apasionante caso muy bien investigado: la biografía de san Francisco de Asís. Ante la proliferación de recuerdos personales sobre el santo, y de leyendas que aparecieron inmediatamente después de su muerte, san Buenaventura, prior de la orden, elaboró una versión oficial y mandó destruir todos los documentos y versiones anteriores.
Las memorias colectivas como fenómeno de psicología social son heterogéneas. No se pueden mezclar. Si hay dos o más Españas, es que hay dos o más memorias. En este momento, la memoria personal y la memoria colectiva de los catalanes independentistas son distintas de las de los catalanes no independentistas, o de las del resto de los españoles. La conclusión me parece evidente y sombría. Ni al nivel de la memoria personal ni al nivel de la memoria colectiva es posible la unificación de recuerdos. Es decir, no es posible el entendimiento. Sucede algo parecido en los conflictos de pareja. Con frecuencia, cada uno de sus miembros tiene una memoria diferente de la vida en común y está encerrado en ella.
La única solución es buscar un conocimiento del pasado que vaya más allá de esas experiencias psicológicas y nos proporcione un conocimiento objetivo de lo que ocurrió y de lo que ocurre. Trascender los recuerdos para alcanzar la historia. Poner entre paréntesis las emociones, puesto que es imposible eliminarlas, porque con frecuencia hacen que percibamos solo la información que las fortalece o satisface. Memoria y 'ciencia histórica' se mueven en niveles distintos. Subjetivo y objetivo. Sin embargo, muchos historiadores y filósofos son escépticos ante la posibilidad de alcanzar la objetividad histórica. Me parece una afirmación falsa y, además, peligrosa. Por eso me dedico ahora a la historia, y por eso creo que necesitamos un debate entre historiadores que permita recuperar su función social.
La historia es el método para la comprensión de las conductas humanas, por eso defiendo un enfoque psicológico de la historia
Pondré un ejemplo urgente. Dentro de unos meses, iremos a unas elecciones europeas. Europa ha estado fragmentada secularmente en naciones que luchaban entre sí y que elaboraban historias nacionales sobre esas contiendas, con frecuencia basadas en el odio al vecino. No podremos construir Europa si no sobrevolamos esos relatos nacionales y elaboramos la historia europea, que tiene que contemplar y explicar los enfrentamientos, las luchas, el sufrimiento injustificable, los heroísmos y los crímenes. Tampoco comprenderemos Europa encerrándonos en ella.
La parcelación nacional es fruto de la historia, no origen de ella. Recientemente ha aparecido una 'Historia mundial de Francia', cuyo éxito ha animado a publicar una 'Historia mundial de Catalunya' y una 'Historia mundial de España'. El proyecto nació de una frase del gran historiador Michelet: “Hace falta una historia universal para entender Francia”. Lo mismo ocurre con las demás naciones. Necesitamos tener una 'memoria compartida' de toda la humanidad. Por eso escribí 'Biografía de la humanidad'.
1918, las guerras y el Valle de los Caídos
No soy historiador profesional, y conozco mis limitaciones, pero creo que mi deber es recordar a los historiadores su responsabilidad. Hace unas semanas, propuse aquí que el Monasterio del Valle de los Caídos se convirtiera en "centro de estudios de la historia compartida”. Creo que este enfoque permite resolver los problemas sobre la necesidad de recordar o de olvidar. David Rieff, en su libro 'Elogio del olvido', defiende que a veces hay el deber de recordar, pero otras hay el deber de olvidar. Elogia el 'pacto del olvido' que instituyó la Ley de Amnistía española. Sin embargo, se está proyectando la película 'El silencio de otros', dirigida por Almudena Carracedo y Robert Bahar, donde se defiende dramáticamente lo contrario. Creo que esas memorias personales no se pueden olvidar, pero creo también que necesitamos una visión histórica que nos permita comprender la totalidad de los hechos. Solo entonces podremos sacar enseñanzas.
La historia no tiene solo una función informativa, sino una función cognitiva más profunda. Es un método para la comprensión de las conductas humanas. Debe también incluir el estudio de las experiencias encontradas; por eso, en el gráfico, las incluye y las abarca, y por eso defiendo un enfoque psicológico de la historia. Aunque no debería hacer falta repetirlo, hay que insistir en que 'comprender' no significa 'excusar' ni 'justificar', sino estar en buenas condiciones para juzgar. El desdén hacia la historia que demuestran todos los sistemas educativos, bajo la presión de las STEM ('science, technology, engineering, mathematics'), supone el triunfo de una cultura del uso sobre una cultura de la comprensión. Y esto, que es comprensible cuando nos referimos a los teléfonos o a los ordenadores, resulta peligroso cuando nos referimos a las instituciones sociales o a las personas. Saber usarlas no basta. Tenemos que comprenderlas.
¿Cómo mueren las democracias?
Procedo de la filosofía, y me muevo con más soltura en la psicología, la lingüística o la pedagogía. Sin embargo, creo que el Humanismo que necesitamos ha de ser liderado por la historia, porque es la única que puede darnos a conocer la experiencia de la humanidad. Prescindir de ella nos condena a un alzhéimer social. En un estupendo artículo publicado en el último número de 'Cuadernos de Pedagogía', Gonzalo Pontón, Premio Nacional de Historia, recordaba la responsabilidad social de los historiadores. Citaba un texto de Josep Fontana: “La historia es la única disciplina de cuantas se dan en educación primaria y secundaria que tiene la capacidad de crear una conciencia crítica respecto del entorno social en que vivimos, lo cual puede convertirla en una herramienta eficaz de educación cívica”.
Por desgracia, en la actualidad no está cumpliendo esa función. La 'memoria colectiva', es decir, la elaborada para fortalecer la cohesión de un grupo, se impone a la historia. La 'lucha por el relato' es el intento de imponer una versión sobre otra. No necesitamos relatos, sino historia. Este problema no es exclusivamente español, porque en todas partes se ha intentado instrumentalizar la historia. En 1994, el Senado estadounidense rechazó por 99 votos contra uno la propuesta de introducir un programa de Historia Universal en los institutos, elaborado por un amplio comité de historiadores, porque los senadores temían que ese conocimiento erosionara las cualidades especiales de la civilización occidental. No podemos dejar que los recuerdos o el olvido se impongan a la historia. Por eso me hago una pregunta que me parece indispensable: ¿dónde están los historiadores que necesitamos en este momento confuso y crítico de nuestra convivencia?
JOSÉ ANTONIO MARINA Vía EL CONFIDENCIAL
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