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sábado, 9 de febrero de 2019

FALSEAR LA HISTORIA




Cuando el pasado día 19 leía en las páginas de cultura de este mismo diario la noticia de que Portugal quería arrogarse el protagonismo del V Centenario de la Primera Vuelta al Mundo con una serie de documentos presentados ante la Unesco, mi asombro, tan desarrollado últimamente por las noticias que nos llegan cada día, se convirtió en perplejidad. 

¿Cómo es posible que se atrevan a hacer una afirmación de este tipo cuando existe una amplísima bibliografía en la que queda constancia clara que esa empresa fue netamente española? 

En estas mismas páginas quise dejar constancia de ello en una Tercera publicada en abril de 2017, con la idea de advertir de la conveniencia de conmemorar la efemérides como se merecía y del escaso tiempo que quedaba para organizarlo. Y efectivamente, tan poco tiempo quedaba que se nos ha adelantado quien menos debía. Una vez más vamos a dejar que nuestra historia la escriban otros, precisamente los que más tienen que callar.

La verdad es que nunca pude pensar que fuera Portugal quien intentara ganar esta vez la partida porque una de dos: o no conocen su historia o son muy osados. Es verdad que Magallanes era portugués pero también lo es que vino a pedir ayuda al Rey de España, como anteriormente había hecho Cristóbal Colón, porque Don Manuel de Portugal no sólo había rechazado su proyecto sino que le había negado una pensión que el marino creía bien ganada por los servicios prestados a su país en sus viajes anteriores. Desengañado y resentido decidió abandonarlo y llegó a Sevilla en septiembre de 1517, donde creó una familia y donde se dispuso a poner en marcha su sueño de encontrar el ansiado paso a la Especiería tan buscado durante años.

Desde esta ciudad, convertida en el centro director de los viajes atlánticos al haber sido creada en ella la Casa de la Contratación de la Indias, fue desde donde, una vez establecidos los contactos convenientes, Magallanes viajo a la corte de Valladolid para entrevistarse con el Rey y allí, el joven Carlos I también recién llegado, rodeado de consejeros y en presencia del Fray Bartolomé de las Casas que describe muy vivamente la escena, escuchó el proyecto que se le presentaba y no dudó en firmar con el portugués una Capitulaciones en las que se comprometía a pagar y sufragar el viaje para que se realizara lo antes posible. Fue a partir de este momento cuando los portugueses pusieron todo su empeño en que no se llevase a cabo.

Desde que Magallanes volvió a Sevilla, los embates de los delegados en España del Rey Don Manuel de Portugal fueron constantes. El embajador en la corte, Alvaro da Costa, y el que se podría llamar ahora cónsul en Andalucía, Sebastián Álvarez, no perdieron un momento en el año y medio de preparación del viaje para poner cualquier impedimento que se les ocurriera. El embajador, después de hablar con el repudiado marino para convencerlo de que volviera a Portugal, lo intentó fallidamente con el propio rey Carlos, señalándole las relaciones de parentesco y amistad con Don Manuel de Portugal y afeándole el insólito proceder por tomar a su servicio un sujeto de un monarca amigo.

Batalla más dura presentó el cónsul desde Sevilla donde se convirtió en espía oficial de los preparativos de la expedición, visitando los barcos, examinando cada cargamento que llegaba a bordo, trabando amistad con los capitanes españoles que encontraba en el puerto e intentando sembrar cizaña. 


Stephan Zweig, en su famosa biografía de Magallanes, da cuenta de los sucios manejos de Álvarez creando incertidumbre entre los marinos y preguntando a todos si los caballeros castellanos se dejarían mandar por un aventurero portugués evadido de su territorio. Una estrategia que logró sus propósitos porque en realidad consiguió que en Sevilla toda la gente de mar y los propios miembros del cabildo recelaran del jefe de la flota que se preparaba, de tal forma que tuvo que soportar un motín organizado en el puerto mientras aderezaba uno de los navíos.

En la muy rica Biblioteca de la Real Academia de la Historia se guarda la copia de una carta en la que se demuestra que Álvarez no cejó en su empeño hasta el final. En ella le cuenta a su señor que pocos días antes de que partiera la expedición de Sevilla, siguiendo sus órdenes, había ido a visitar a Magallanes a su propia casa para convencerlo de que el Rey Carlos lo había traicionado y que los nuevos capitanes castellanos se iban a alzar contra él, algo en lo que no le faltaba razón. 

Encontró al comandante de la flota dispuesto para salir, haciendo los últimos preparativos «componiendo vituallas y conservas» e intentó a la desesperada disuadirlo del viaje, apelando a su condición de buen portugués y a los peligros y traiciones que le esperaban. Pero a pesar de su machaconería no pudo convencer a un hombre de fuerte personalidad, que había tomado una importante decisión y había dado su palabra a un monarca que había confiado en él, que sufragaba los gastos de la flota, que le había hecho caballero y que le había prometido en las Capitulaciones una serie de ventajas con las que él nunca habría podido soñar.

La expedición de Magallanes, a la que Juan Sebastián Elcano puso el brillante broche no previsto de circunnavegar la tierra, constituye un conjunto de contrastes espectaculares de intenso dramatismo entre largos periodos de infinita soledad -nadie había surcado hasta entonces los tres mayores océanos del planeta- y el encuentro de aquellos marinos-aventureros con seres humanos de todas las razas y culturas de la que los estudiosos pudieron, durante mucho tiempo, sacar las más sorprendentes conclusiones. 

Pero la paradoja es que a pesar de las penalidades sufridas, la mayor de todas fue el peligro que tuvieron que vencer en el viaje de regreso, desde la salida de Timor: el continuo acoso de nuestros vecinos portugueses que intentaron en todo momento y con todas sus armas que la nao Victoria no pudiera llegar a su destino. El viaje de regreso de Elcano fue la singladura más dramática de todo el periplo y esta vez los enemigos no eran «salvajes», sino blancos de la misma cultura y religión.

El resultado de la expedición de Magallanes-Elcano fue la consecuencia de los viajes colombinos. Y si estos nos dieron la ocasión de incorporar a España territorios inmensos que constituyeron un nuevo y gran imperio, al viaje que consiguió circunnavegar la tierra le cupo la gloria de demostrar empíricamente la redondez de ésta y conseguir para la Corona española, que sufragó las expediciones, unas islas y otro enorme océano que fue conocido desde entonces y durante dos siglos, como «el lago español». 

Dos hazañas españolas de un valor indiscutible que transformaron el mundo de la época en todos los sentidos: náuticos, geográficos, políticos, económicos, sociales y culturales e iniciaron la llamada primera globalización.

Está claro que no se puede falsear la historia, pero menos permitir que otros lo hagan con la nuestra.



                                                           Enriqueta Vila Vilar
                                                                                               Miembro de la Real Academia de la Historia
                                                          Vía ABC

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