Ferrer Molina
Es mentira que el diálogo o la vocación de pactar sean un bien en sí mismo. ¿Dialogar para qué? ¿Pactar qué?
Pablo Iglesias lo tiene tan claro
que fue ver asomar la patita de Vox en Andalucía y ponerse a lanzar
alertas antifascistas como si acabara de avistar stukas en los cielos de Guernica. En ningún caso se le ocurrió invitar a Abascal a unos txikitos para buscar puntos de encuentro.
El propio Sánchez, tan entregado al
diálogo y a las cumbres bilaterales incluso con quien llama “bestias
con forma humana” a sus compatriotas, no dudó en romper relaciones con Pablo Casado: "Usted y yo no no tenemos nada más que hablar", le dijo en el Parlamento. Y en esas seguimos.
En un político tan entregado a la palabra y al
consenso como el presidente, cabía esperar al menos que descolgara el
teléfono para tratar con los líderes de la oposición los pasos a seguir
en Venezuela. Puesto que mantiene el cordón sanitario con Casado, tenía a
mano a Rivera. Pero tampoco.
En resumidas cuentas, lo del diálogo y el talante
frente a "las tres derechas" obtusas e intransigentes es la añagaza de
la que se venía valiendo Sánchez para prolongar su estancia en la
Moncloa. Y mal que bien, le funcionaba. Hasta esta semana. Porque la
sensación de tomadura de pelo que ha cundido desde que admitió el
nombramiento de un "relator" para los asuntos (independentistas)
catalanes es de tal envergadura que amenaza los cimientos del PSOE.
Apostaría a que en las próximas horas Sánchez en
persona tratará de enmendar lo que ya intentó corregir este miércoles la
vicepresidenta Calvo con tanto empeño como falta de
éxito. Dejar este asunto para que llegue vivo a manos de la ministra
portavoz sería tan peligroso como atravesar Namibia con un camión
cargado de nitroglicerina. De cualquier forma, se palpa en el ambiente
que la gota puede haber colmado el vaso. El más difícil todavía para Tezanos.
FERRER MOLINA Vía EL ESPAÑOL
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