El expresidente de la Generalitat no explica en su reciente libro ni por qué mantuvo izada la bandera de España tras la proclamación de la república catalana ni su huida a Bélgica, dos actos de cobardía
El expresidente de la Generalitat catalana Carles Puigdemont en Bélgica. (EFE)
El volumen de la ausencia de los fugados de la Justicia española tras la balbuceante declaración de independencia de Cataluña es, en estas horas, casi tangible. No hay motivo especial para elogiar la permanencia a disposición de la justicia de Oriol Junqueras y los demás presos preventivos por la comisión de un delito de rebelión agravado con malversación (según la fiscalía) o de sedición y malversación (según la abogacía del Estado). Pero todos ellos pudieron haber huido como Puigdemont
la noche del 29 de octubre de 2017 como revela que lo hizo el
expresidente de la Generalitat, o antes de comparecer ante el magistrado
instructor, como decidió la secretaria general de ERC, Marta Rovira.
Los doce dirigentes independentistas que se sentarán en el banquillo del Supremo el próximo día 12 merecen, no obstante, una consideración cívica distinta a la que se ha hecho acreedores a Puigdemont y los demás escapados. Al menos afrontan sus responsabilidades pudiendo haberlas eludido. Y aunque resulte hiperbólico y excesivo, Junqueras ha acertado a enardecer a su público al comparar su disposición personal con la de Sócrates, Seneca y Cicerón, grandes personalidades de la historia que se enfrentaron de cara a su destino ante una justicia arbitraria. No es, sin embargo, el caso del líder republicano protegido por todas las garantías propias de un Estado de Derecho como el español, pero su actitud sugiere una opinión sobre el personaje que en absoluto suscitan Puigdemont y los demás huidos.
El expresidente de la Generalitat ha despachado tanto la declaración unilateral de independencia de Cataluña como su escapada a Bélgica, en apenas cinco de las 210 páginas de la narración que ha dictado al periodista Olivier Mouton que este, aseadamente, ha convertido en un libro, más oportunista que oportuno, titulado 'La crisis catalana'. En solo unos párrafos (páginas 96 a 100) el que fuera responsable último de la brutal crisis constitucional de septiembre y octubre de 2017, no explica cabalmente dos actos de cobardía. Por una parte, mantener izada la bandera de España en el mástil del Palacio de San Jaime una vez declarada funerariamente la república catalana y, por otra, las razones éticas, políticas y operativas de su huida a la capital de Bélgica.
Respecto al mantenimiento del símbolo nacional de España en la Generalitat, Puigdemont ni siquiera repara, no dice nada, lo obvia. Respecto de su marcha a Bruselas la noche del día 29 de octubre de 2017 solo se deduce que la pacta con Marta Rovira que, más tarde, huiría también a Suiza. No consta que el expresidente de la Generalitat se fugase esa noche a la capital belga tras acordarlo con su gobierno o, al menos, con los miembros más conspicuos de su gabinete, entre ellos el exvicepresidente Oriol Junqueras, que nada supo de antemano.
Se deduce —no hay literalidad explicativa en el libro— que su fuga respondió a una clara decisión de eludir sus responsabilidades políticas y, eventualmente también penales, mediante explicaciones patrióticas. Puigdemont afirma que para él la cárcel "no es una opción" porque en ella "no puedo luchar". Y añade: "seríamos rehenes políticos y, por lo tanto, nos humillarían por lo que representamos, nuestras instituciones y nuestras reivindicaciones".
Los
estrechísimos colaboradores de Puigdemont —especialmente aquellos que
asumieron el mayor protagonismo en la asonada del otoño de 2017 en
Cataluña— tendrían un largo prontuario de argumentaciones en contrario,
es decir, para explicar por qué se quedaron, siendo la razón más rotunda
la que predica que hay que estar a las consecuencias de los propios
actos. En el caso de Puigdemont, a su cobardía se unen
también los propósitos logreros que acumula. Desde el denominado
"exilio" —un término tan falso como consolador para tunear su fuga— ha
pretendido, y conseguido en buena medida, mandar en Cataluña a control
remoto mediante el vicariato de Joaquim Torra
y su guardia pretoriana, aprovechando la inferioridad de condiciones,
obvia, de los presos, muy en particular de los de Esquerra Republicana
de Catalunya. El lanzamiento de su futuro partido —La Crida Nacional por la República— que pretende absorber al PDeCAT y enfrentarse a ERC y la CUP, se produce cuando sus adversarios están en una clara desventaja para el debate político.
En estas horas posteriores al traslado de los políticos catalanes presos a cárceles cercanas a Madrid para comparecer en el juicio oral en el que tres acusaciones les atribuyen graves delitos la figura de Puigdemont —que intencionadamente pone en el mercado editorial su libro exculpatorio— pierde todos sus perfiles épicos y martiriales que él tanto ha pretendido fomentar. El expresidente de la Generalitat fue un irresponsable a lo largo de su gestión y, en septiembre y octubre de 2017, un personaje sin escrúpulos democráticos que llevó a Cataluña a una situación imposible, arrastrando al conjunto de España a una grave crisis constitucional.
Su persona y su trayectoria no solo son detestadas por la mayoría de los españoles sino también cuestionadas —si bien discretamente— por una parte no reducida de los independentistas para los que Puigdemont se ha convertido en un obstáculo objetivo para una eventual rectificación de posiciones. Quizás al político gerundense le cuadre la sentencia de Goethe según la cual "el cobarde solo amenaza cuando está a salvo".
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS Vía EL CONFIDENCIAL
Los doce dirigentes independentistas que se sentarán en el banquillo del Supremo el próximo día 12 merecen, no obstante, una consideración cívica distinta a la que se ha hecho acreedores a Puigdemont y los demás escapados. Al menos afrontan sus responsabilidades pudiendo haberlas eludido. Y aunque resulte hiperbólico y excesivo, Junqueras ha acertado a enardecer a su público al comparar su disposición personal con la de Sócrates, Seneca y Cicerón, grandes personalidades de la historia que se enfrentaron de cara a su destino ante una justicia arbitraria. No es, sin embargo, el caso del líder republicano protegido por todas las garantías propias de un Estado de Derecho como el español, pero su actitud sugiere una opinión sobre el personaje que en absoluto suscitan Puigdemont y los demás huidos.
El expresidente de la Generalitat ha despachado tanto la declaración unilateral de independencia de Cataluña como su escapada a Bélgica, en apenas cinco de las 210 páginas de la narración que ha dictado al periodista Olivier Mouton que este, aseadamente, ha convertido en un libro, más oportunista que oportuno, titulado 'La crisis catalana'. En solo unos párrafos (páginas 96 a 100) el que fuera responsable último de la brutal crisis constitucional de septiembre y octubre de 2017, no explica cabalmente dos actos de cobardía. Por una parte, mantener izada la bandera de España en el mástil del Palacio de San Jaime una vez declarada funerariamente la república catalana y, por otra, las razones éticas, políticas y operativas de su huida a la capital de Bélgica.
Desconcierto en el día uno de la república catalana: "¿Por qué sigue ahí la bandera?"
Respecto al mantenimiento del símbolo nacional de España en la Generalitat, Puigdemont ni siquiera repara, no dice nada, lo obvia. Respecto de su marcha a Bruselas la noche del día 29 de octubre de 2017 solo se deduce que la pacta con Marta Rovira que, más tarde, huiría también a Suiza. No consta que el expresidente de la Generalitat se fugase esa noche a la capital belga tras acordarlo con su gobierno o, al menos, con los miembros más conspicuos de su gabinete, entre ellos el exvicepresidente Oriol Junqueras, que nada supo de antemano.
Se deduce —no hay literalidad explicativa en el libro— que su fuga respondió a una clara decisión de eludir sus responsabilidades políticas y, eventualmente también penales, mediante explicaciones patrióticas. Puigdemont afirma que para él la cárcel "no es una opción" porque en ella "no puedo luchar". Y añade: "seríamos rehenes políticos y, por lo tanto, nos humillarían por lo que representamos, nuestras instituciones y nuestras reivindicaciones".
En el caso de Puigdemont, a su cobardía se unen también los propósitos logreros que acumula
En estas horas posteriores al traslado de los políticos catalanes presos a cárceles cercanas a Madrid para comparecer en el juicio oral en el que tres acusaciones les atribuyen graves delitos la figura de Puigdemont —que intencionadamente pone en el mercado editorial su libro exculpatorio— pierde todos sus perfiles épicos y martiriales que él tanto ha pretendido fomentar. El expresidente de la Generalitat fue un irresponsable a lo largo de su gestión y, en septiembre y octubre de 2017, un personaje sin escrúpulos democráticos que llevó a Cataluña a una situación imposible, arrastrando al conjunto de España a una grave crisis constitucional.
Su
persona y su trayectoria son detestadas por la mayoría de los españoles
y también cuestionadas por una parte no reducida de los
independentistas
Su persona y su trayectoria no solo son detestadas por la mayoría de los españoles sino también cuestionadas —si bien discretamente— por una parte no reducida de los independentistas para los que Puigdemont se ha convertido en un obstáculo objetivo para una eventual rectificación de posiciones. Quizás al político gerundense le cuadre la sentencia de Goethe según la cual "el cobarde solo amenaza cuando está a salvo".
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS Vía EL CONFIDENCIAL
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