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miércoles, 27 de febrero de 2019

LA DEMOCRACIA LIBERAL




La democracia liberal, fundamento de los sistemas políticos europeos, con escasas excepciones, vive una profunda crisis como consecuencia de que se muestra incapaz de cumplir con sus propios fines. Si esto es así es porque es prácticamente imposible que la solución pueda surgir de sí misma, es decir, de los partidos políticos que son quienes la gobiernan, porque sus propias inercias lo hacen imposible. A lo largo de la historia de Europa desde el fin del Imperio romano no es la primera vez que se vive una crisis ni mucho menos, ni siquiera es por ahora de las más destructivas. En todas ellas la respuesta secular ha respondido a una lógica cristiana que ha funcionado hasta que las Guerras de religión (1524-1697), como consecuencia de la reforma protestante, cuestionaron la solución cristiana. A pesar de ello, esta se hizo presente en ocasiones posteriores, la última y la que nos afecta de pleno, la que surgió después de la II Guerra Mundial y dio lugar a los llamados “Treinta gloriosos” años, y a la configuración de lo que fue el Mercado Común, primero, y la Comunidad Europea y la Unión Europea, después. Interesadamente en la narración de aquel periodo se omite o se enrasa por abajo el papel decisivo del cristianismo en el terreno político, la democracia cristiana, pero también en el social, los sindicatos y las organizaciones empresariales cristianas, y cultural. En muchos países el papel de la acción católica en todos estos ámbitos fue determinante. Todo esto ahora se acostumbra a ventilar refiriéndose a una convergencia política de conservadores y socialdemócratas, y estereotipos parecidos que en nada responden a la vigorosa respuesta que sacudió a Europa después de la gran catástrofe de la II Guerra Mundial.

Hoy la Iglesia también vive en una situación difícil, su marginalidad en la Unión es evidente, también parece como si para Roma, Europa fuera un terreno abandonado. Por otra parte, cada vez más la atenazan los escándalos de la pederastia y el intento de introducir un conflicto feminista en el seno de la Iglesia.

Con variaciones este diagnóstico es válido para España, como lo es para una gran parte de Europa. Hay naturalmente condiciones específicas, pero no llegan a alterar las grandes líneas del diagnóstico. La respuesta a esta situación de una doble crisis de sociedad y de la propia Iglesia solo puede venir de la misma mano que históricamente ha actuado con éxito: la fe cristiana.

Podríamos decir que cuando los hombres abandonaron la oración intensa, la penitencia y el ayuno y dejaron de confiar de forma absoluta en Dios, empezó la caída a trompicones de Europa. Esta es la primera causa y de ahí surge todo, pero a partir de ella deben desplegarse nuevos impulsos dirigidos a reconstruir la identidad católica, desarrollar la evangelización recuperando su signo de identidad cristiana. No hay cristianismo sin evangelización. La relación de esta evangelización con una acción colectiva liberadora de las condiciones que impiden reconocer la realidad de lo sobrenatural, liberación de las estructuras del mal, de las alienaciones y dependencias, de la explotación de las personas y la naturaleza, y en definitiva de todo lo que destruye la identidad humana, su naturaleza específica y complementaria basada en la mujer, el hombre y la familia. Esta respuesta solo es posible si los laicos asumen su compromiso y son capaces de generar un movimiento de unidad de acción en torno a unos objetivos comunes básicos. Las diferencias que puedan existir en ningún caso deben de significar que se impongan a la necesidad de encontrar formas de colaboración en una situación tan crítica como la actual.


                                                                                   EDITORIAL de FORUM LIBERTAS

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