/BALLESTEROS
La fortaleza de la democracia española, especialmente representada en la solidez de nuestro ordenamiento jurídico y en el decisivo papel que jugó el Rey tras su discurso del 3-O, impidió que el independentismo consumara su hoja de ruta rupturista. Ello no es óbice para enjuiciar la concatenación de hechos políticos y jurídicos ejecutados por la Generalitat que motivó la querella de la Fiscalía por rebelión y sedición. Entre los acusados que se sentarán en el banquillo no está el prófugo Carles Puigdemont, cuya cobardía retrata su minúscula estatura ética y por quien la Corte de Schleswig Holstein desacreditó la figura de la euroorden. Tal como explicamos en el Documentos que hoy publica EL MUNDO, los 12 principales acusados de haber organizado la asonada separatista -la ex presidenta del Parlament;el ex vicepresidente del Govern Oriol Junqueras, que se enfrenta a una petición de condena de 25 años de cárcel; y ocho ex consellers- deberán responder por la flagrante vulneración del artículo 2 de la Constitución mediante la convocatoria del referéndum ilegal del 1-O, que culminó en la posterior declaración de independencia. Todo ello se llevó a cabo apoyado en el aparato institucional y los fondos de la Generalitat, con una planificación coordinada y mediante la coacción violenta en la calle.
La envergadura del proceso y la cifra de testigos, que supera los 500 declarantes, permite augurar que el juicio puede prolongarse más allá de los tres meses previstos. Pese a que su inicio coincide con un momento de gran tensión política, nada ni nadie puede interferir en la decisión de los sietes jueces encargados de dictar sentencia. A ninguno de los miembros de la sala presidida por Manuel Marchena les arredrará ni la debilidad del Gobierno, que rebajó la acusación de la Abogacía del Estado como pago en especie al chantaje soberanista, ni tampoco las presiones al tribunal de los comandos separatistas y las amenazas de Torra. Que el peso de la ley caiga sobre los ejecutores del golpe independentista a la Constitución.
EDITORIAL de EL MUNDO
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