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lunes, 11 de febrero de 2019

LECCIONES DE UN 10 DE FEBRERO


No está en juego ya la aplicación del 155. Urge ahora la suspensión de la autonomía catalana


Gabriel Albiac


Planteémonos el dilema a la inversa, para acotar sus vías muertas, las que llevan directamente a lo peor: ante el trance de quiebra de una nación, no empecemos por preguntarnos a quién encomendar su salvaguarda. Procedamos, más bien, por exclusión: el método más seguro para hallar salida en un laberinto es ir tachando los caminos que, con seguridad, no llevan a ninguna parte; para consolidar luego una cartografía segura.

Constatemos la extrema fragilidad del punto al cual hemos acabado por llegar. Los errores acumulados no son de ahora. Que una Constitución llamase «nacionalidades» a las regiones, no era un dengue verbal que pudiera salir gratis. Uno toma el Diccionario de Autoridades de 1732 y lee, como acepción única de Nacionalidad, «afección particular de alguna Nación o propiedad de ella». Uno toma la última actualización del de la RAE (2018) y lee esta tercera acepción de Nacionalidad: «Comunidad autónoma a la que, en su Estatuto, se le reconoce una especial identidad histórica y cultural». En qué consista esa «especialidad» identificadora y a quién competa «reconocerla», es alta y silenciosa teología: nacionalidad es aquello a lo que nacionalidad llamo. Parece una broma. Siniestra.

Ante el trance de quiebra de una nación, ¿a quién no puede jamás ser encomendada su salvaguarda? Parece obvio que a aquellos que han emprendido ya negociaciones para planificar su desguace. Sólo a un perfecto idiota se le ocurriría poner esa salvaguarda en manos de unos independentistas catalanes, ocupados en mercadear los términos de la voladura. Sólo a un perfecto idiota se le ocurriría poner tal misión en manos del interlocutor -relator mediante- de ese mercadeo: un Sánchez que gobierna España con el 24% del Parlamento. Es perfectamente honorable ser un golpista. O rendirse a un golpista. No lo es tanto, ser al tiempo golpista y primer ministro del Estado golpeado.


La política retorna al cero, tras dos años de mareantes bandazos. Y nadie puede jugar a hacer como que ignora el envite. Ni siquiera está en juego ya la aplicación del 155. Urge ahora la suspensión completa de la autonomía catalana, durante el indefinido tiempo que fuere preciso para desmantelar las instituciones golpistas. Toda otra autonomía debe saber que seguirá el mismo destino. Es eso o es el fin de la nación. No puede ser tarea de un solo partido. Ni de dos. Ni de tres. Es tarea de todos. Es tarea de la nación, en la calle ayer. Y no admite dilaciones.


                                                                                          GABRIEL ALBIAC    Vía ABC

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