En tiempos de Toynbee, ese papel lo encarnaba Fidel Castro; hogaño lo encarna Maduro
Juan Manuel de Prada
Deberían
despertar nuestras suspicacias esas naciones corrompidas hasta el
tuétano que, a la vez que condenan el detestable gobierno de Maduro,
mantienen relaciones preferentes con los más detestables aún sátrapas
saudíes; pues pensar que estas condenas las dicta el amor a la
democracia, o al oprimido pueblo venezolano, es locura. Rubén Darío
acusaba a los Estados Unidos de combinar el culto de Hércules y el culto
de Mammón; y profetizaba que serían «el futuro invasor / de la América
ingenua que tiene sangre indígena, / que aún reza a Jesucristo y aún
habla en español». Los casi ciento veinte años transcurridos desde
entonces han confirmado tristemente aquella profecía. Sólo los tontos
con baldaquino pueden pensar que los gringos lamentan más las
tribulaciones del pueblo venezolano que las tribulaciones de los
emigrantes hispanos a los que cierran con saña la frontera; sólo los
tontos con balcones a la calle pueden defender que los gringos anhelan
la salvación de los venezolanos, después de haberles impuesto un cruel
régimen de sanciones que ha hundido su economía.
Lo que Estados Unidos, siempre fiel a Mammón, anhela no es otra cosa sino expoliar los recursos naturales de Venezuela. Sólo falta saber si, para expoliarlos, está dispuesto a rendir culto a Hércules, como ha hecho en otros lugares del mundo, con resultados siempre desastrosos. Desde tiempos de Rubén Darío, Estados Unidos ha utilizado la América hispánica como su «patio trasero», ensayando las más diversas estrategias de desestabilización, estrangulando económicamente naciones enteras y entronizando a «sus» hijos de puta, incluso perpetrando invasiones, como hizo Reagan en Granada o Bush papito en Panamá. En Venezuela parece poco probable que Estados Unidos pruebe una invasión, pues sabe que el régimen chavista aún cuenta con aliados muy poderosos. Y, además, una operación militar de estas características desacreditaría por completo a la oposición venezolana, con la que actúa de forma coordinada (bastó que Mike Pence instase -en un español aborrecible- a la oposición a derrocar a Maduro para que, al día siguiente, Guaidó se pusiese el mandil).
Para entender mejor las intenciones de Estados Unidos en Venezuela conviene reparar en la figura del sujeto que Trump ha nombrado «emisario especial» en el país, Elliott Abrams, neocón de misa negra diaria, condenado por vender armas al Gobierno iraní en su guerra contra Irak y por financiar a la «contra» nicaragüense, encargado por Reagan, Bush papito y Bush chiquitín de las más salvajes trapisondas en diversos parajes del atlas. Recientemente, la abogada cristiana caldea Zina Rose Kiryacos calificaba sin ambages a Abrams de «criminal de guerra» y afirmaba que «ha jugado un papel clave» en el genocidio de cristianos iraquíes perpetrado por los yihadistas de Estado Islámico. Asimismo, el Iraqi Christian Human Rights Council recordaba que Abrams «es conocido por su papel en los escuadrones de la muerte que asesinaron a indígenas, así como a sacerdotes y monjas, en Guatemala». Y advertía: «Los líderes cristianos deberían prestar atención a lo próximo que haga este hombre».
Pero los líderes cristianos (con el catolicismo pompier a la cabeza), demasiado ocupados en execrar a Maduro, no reparan en la misa negra que los gringos están guisando en Venezuela. Y es que, como nos advertía Toynbee, los cristianos han dejado de creer en el Demonio y necesitan encumbrar demonios de carne y hueso. En tiempos de Toynbee, ese papel lo encarnaba Fidel Castro; hogaño lo encarna Maduro. ¡Pobre Venezuela, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos!
JUAN MANUEL DE PRADA Vía ABC
Lo que Estados Unidos, siempre fiel a Mammón, anhela no es otra cosa sino expoliar los recursos naturales de Venezuela. Sólo falta saber si, para expoliarlos, está dispuesto a rendir culto a Hércules, como ha hecho en otros lugares del mundo, con resultados siempre desastrosos. Desde tiempos de Rubén Darío, Estados Unidos ha utilizado la América hispánica como su «patio trasero», ensayando las más diversas estrategias de desestabilización, estrangulando económicamente naciones enteras y entronizando a «sus» hijos de puta, incluso perpetrando invasiones, como hizo Reagan en Granada o Bush papito en Panamá. En Venezuela parece poco probable que Estados Unidos pruebe una invasión, pues sabe que el régimen chavista aún cuenta con aliados muy poderosos. Y, además, una operación militar de estas características desacreditaría por completo a la oposición venezolana, con la que actúa de forma coordinada (bastó que Mike Pence instase -en un español aborrecible- a la oposición a derrocar a Maduro para que, al día siguiente, Guaidó se pusiese el mandil).
Para entender mejor las intenciones de Estados Unidos en Venezuela conviene reparar en la figura del sujeto que Trump ha nombrado «emisario especial» en el país, Elliott Abrams, neocón de misa negra diaria, condenado por vender armas al Gobierno iraní en su guerra contra Irak y por financiar a la «contra» nicaragüense, encargado por Reagan, Bush papito y Bush chiquitín de las más salvajes trapisondas en diversos parajes del atlas. Recientemente, la abogada cristiana caldea Zina Rose Kiryacos calificaba sin ambages a Abrams de «criminal de guerra» y afirmaba que «ha jugado un papel clave» en el genocidio de cristianos iraquíes perpetrado por los yihadistas de Estado Islámico. Asimismo, el Iraqi Christian Human Rights Council recordaba que Abrams «es conocido por su papel en los escuadrones de la muerte que asesinaron a indígenas, así como a sacerdotes y monjas, en Guatemala». Y advertía: «Los líderes cristianos deberían prestar atención a lo próximo que haga este hombre».
Pero los líderes cristianos (con el catolicismo pompier a la cabeza), demasiado ocupados en execrar a Maduro, no reparan en la misa negra que los gringos están guisando en Venezuela. Y es que, como nos advertía Toynbee, los cristianos han dejado de creer en el Demonio y necesitan encumbrar demonios de carne y hueso. En tiempos de Toynbee, ese papel lo encarnaba Fidel Castro; hogaño lo encarna Maduro. ¡Pobre Venezuela, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos!
JUAN MANUEL DE PRADA Vía ABC
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