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martes, 12 de febrero de 2019

PEDRO SÁNCHEZ, ESE FENÓMENO


En lugar de aprovecharse de su posición de superioridad, Sánchez está entregado a quien le necesita para sobrevivir


Ramón Pérez Maura


Quienes tenemos presentes aquellos poco más de ocho años en que Alfonso Guerra fue vicepresidente del Gobierno, entre diciembre de 1982 y enero de 1991, tenemos un recuerdo de él que equivaldría al de ser la bestia negra de los valores que defendía la derecha española -entre la que creo que me contaba entonces y hoy-. Se pasaba la vida atacando con la mayor acritud todos los principios que defendía la oposición al Gobierno en el que él estaba integrado con tan altas responsabilidades. Creo que es difícil encontrar a alguien que cite un legado político de Guerra que no sea el que estoy mentando: ser la pesadilla de sus rivales. No es un mérito menor, pero difícilmente es causa para entrar en la posteridad. Por no hablar de las corruptelas familiares que dieron tanto de sí con su hermano instalado en la Delegación del Gobierno en Sevilla.

La gente como yo, que veía a Guerra con la mayor reticencia, se reconcilió con él el pasado miércoles escuchando sus palabras sobre el momento presente de España en la sala Ernest Lluch del Congreso de los Diputados. Creo que suscribiría la integridad de lo que allí dijo Guerra. Mas hay un elemento diferenciador muy relevante: yo no fui nunca afiliado al PSOE y Guerra lleva nada menos que 57 años en sus filas. El que Sánchez haya conseguido convertirme en un admirador del verbo de Alfonso Guerra no es un hito menor, créanme.

Yo le hablo desde hace algo más de un lustro a una señora que siente una confesada identidad con las ideas socialistas. Llegó a ellas de la mano de un marido del que enviudó hace tiempo, pero esa ideología, matizada hoy, prevalece en su discurso -aunque no sé si siempre a la hora de votar-. El pasado miércoles, viendo en televisión las informaciones sobre el mediador/relator/coach que ha concedido Sánchez para agradar a los que quieren romper España y posteriormente la convocatoria de Casado y Rivera, suscrita por Abascal para manifestarse el domingo en la plaza de Colón de Madrid, ella me dijo: «Yo quiero ir a esa manifestación». Créanme si les digo que hay que ser un verdadero fenómeno político para conseguir que ella quiera ir a una manifestación convocada no sé si por la derecha -porque no creo que se pueda ubicar a Ciudadanos en ese área-, pero sí por los principales rivales del socialismo.

La incompetencia política de Sánchez se demuestra con muchos otros ejemplos. Confiesan los más relevantes dirigentes del secesionismo catalán, en público y en privado, que su mayor pesadilla sería que volviese a haber en España un Gobierno formado por los tres partidos en los que se ha dispersado el voto de la derecha española. Con esa información, que los Tardà, Rufián, Artadi et alii no se casan de repetir, Sánchez debería ser consciente de que la posición de fuerza la tiene él. Los débiles son los que no tienen más remedio que apoyarle. Pero en lugar de aprovecharse de su posición de superioridad, como haría cualquier político de envergadura, él está entregado a quien le necesita para sobrevivir. Esto es la antítesis de lo que debe ser la política. Cuando uno conoce las debilidades y los temores de su rival o de su aliado, negocia desde una posición de fuerza y emplea su información para emplear a su favor hasta el último hálito de vida de la otra. Sánchez, ese fenómeno paranormal de la política occidental, hace exactamente lo contrario. Rinde sus posiciones ante los enemigos que saben que si él cae, ellos estarán muertos.


España, año de gracia de 2019.

                               
                                                                                           RAMÓN PÉREZ-MAURA  Vía ABC

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