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miércoles, 20 de febrero de 2019
EL 'RIVERAZO' MARCA LA PRECAMPAÑA DEL 28-A
El líder de Ciudadanos opta por la
defensa de la unidad de España. Un lamentable presagio de que el
problema catalán condicionará la campaña y determinará el sentido de los
votos
Albert Rivera. (EFE)
Tengo escrito que los 70 días que faltan para las elecciones generales (ya 67) son una eternidad en nuestra democracia móvil. Los precedentes desaconsejan el quinielismo y las apuestas prematuras. Pero algo está claro en el arranque de un tiempo inevitablemente marcado por la malversación de la realidad. Me refiero al 'riverazo'.
El líder de Ciudadanos opta por el monocultivo. Todo a una carta. Todos los huevos en la misma cesta. La defensa de la unidad de España. Un lamentable presagio de que el problema catalán condicionará la campaña y determinará el sentido de millones de votos.
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El asunto está más vivo que nunca. Por lo que ya ocurrió y por lo que puede volver a ocurrir. Es el fantasma que PP y Cs agitan a todas horas. Y la apuesta de Rivera se basa precisamente en la supuesta claudicación del Gobierno ante las exigencias del soberanismo como principal resorte para la continuidad de los socialistas en el poder.
Apuesta perdedora si Sánchez logra convencer a los votantes de que dialogar no es rendirse. En eso está el presidente. En que no hay tal claudicación, más allá de su malograda generosidad presupuestaria con Cataluña, la obediencia debida de la Abogacía del Estado respecto a la 'sedición' (que no 'rebelión') del soberanismo insumiso y el acuse de recibo de las extravagantes condiciones
de Torra. Nada que no decaiga ante sus terminantes apelaciones al marco
constitucional como límite de cualquier trato con independentistas.
La apuesta de Rivera se basa precisamente en la supuesta claudicación del Gobierno ante las exigencias del soberanismo
Por el contrario, será un apuesta ganadora si Sánchez la alimenta. ¿Cómo? Dejando abierta la posibilidad de volver a las andadas.
Lo viene haciendo desde el 'hasta aquí hemos llegado' del viernes.
Después, tanto en la exposición de motivos ante la ejecutiva de su
partido como en la entrevista en TVE,
ha mostrado su abierta disposición a recuperar el diálogo con quienes,
siguiendo la huella informativa del juicio del 'procés', han redoblado
su difamatoria ofensiva internacional contra el Estado.
Convencido de que, en esas condiciones, la denuncia del apareamiento de Sánchez con los separatistas es una fuente segura de votos, Albert Rivera ha hecho lo que ningún líder político hace sin esperar el dictamen de las urnas: vetar de antemano a un partido fronterizo y, por tanto, aliado potencial.
La temeraria decisión del líder de Ciudadanos, eso sí, simplifica el panorama.
Lo polariza definitivamente, al abrir una zanja entre la sindicación de
partidos que tumbó a Mariano Rajoy (PSOE más Podemos y nacionalistas) y
la que se formó en Andalucía para tumbar a Susana Díaz hace un par de meses con el PP y la extrema derecha en el asiento supletorio.
El firme y terminante 'no es no' a entenderse con el PSOE después de las elecciones generales del 28 de abril (el veto no alcanza a las autonómicas y municipales del 26 de mayo) regala a Ferraz el argumento de que Ciudadanos prefiere aparearse con la extrema derecha. Cierto. Pero también pone a Sánchez ante el dilema de irse a su casa o, si le dan los números, seguir en el poder condicionado por el soberanismo catalán, que hasta ahora solo le ha traído desgracias.
Mucho peor es el dilema de los votantes en general. Sobre todo de los que sueñan con la estabilidad perdida en diciembre de 2015 a causa de la fragmentación, la aparición de los populismos
y el creciente desprestigio de la clase política. Están abocados a
elegir Pedralbes o plaza Colón, pacto andaluz o bloque de la censura
contra Rajoy, la horca o la guillotina, lo malo o lo peor.
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