Hace unos días, hablando de la situación actual y, por contraste, de la idea de la «nueva» Europa que querían forjar Adenauer, De Gasperi y Schumann, me preguntaban algunos que estaban en la conversación si hoy es posible el sueño de una Europa cristiana. Y personalmente respondía que no se trata de volver, si es que alguna vez la hubo, a una vieja cristiandad ni de revivir ningún «sueño de “Compostela”». No sueño con una «Europa de cristiandad», ni sé si es posible en el siglo XXI. Lo que me importa realmente, recordando palabras del Papa San Juan Pablo II, es que Europa se vuelva a encontrar a sí misma, que sea ella misma, que descubra sus orígenes y avive sus raíces cristianas; que reviva aquellos valores que hicieron gloriosa su historia y benéfica su presencia en los demás continentes; que supere, en definitiva lo que Paul Hazard ha llamado «la crisis de la conciencia europea».
Si los intereses económicos fuesen o siguen siendo los predominantes en la Comunidad Europea, dejaría de ser ella misma. Europa necesita una reconstrucción que exige sabiduría y hondura espiritual. La Iglesia, los cristianos, no podemos ni debemos estar ausentes de esta reconstrucción, en último término humana y espiritual; no podemos omitir nuestro servicio a la nueva Europa. Es un servicio al hombre que la Iglesia, desde la clave de humanidad que ella posee en Jesucristo, no puede dejar de hacer en esta encrucijada de la historia. Este servicio se llama Evangelio, evangelización. Con esta propuesta y servicio del Evangelio, de una nueva evangelización, no se pretende, como algunos tal vez teman, la restauración del pasado. La Iglesia se pone al servicio, como Iglesia, para contribuir a la consecución de aquellos fines que procuren un auténtico bienestar material, cultural y espiritual a las naciones europeas.
A la Europa próspera y desarrollada económicamente, pero moral y culturalmente desconcertada, la Iglesia aporta la savia del Evangelio, la riqueza de humanidad que brota del encuentro con Jesucristo y de la comunión con la Iglesia. Los católicos, ante Europa, tenemos el deber de aportar a la vida social europea estos bienes por las vías del testimonio y del convencimiento en el marco de las libertades democráticas, promoviendo aquellos valores sociales que se derivan del Evangelio, del encuentro con el Señor: estas son la raíces de Europa que hay que revitalizar para que sea Europa. Creo sinceramente que urge hoy en Europa hablar del valor social y humanizador de la fe, para que se despierte la conciencia pública respecto a los nuevos pobres, a la pobreza extrema en el Tercer Mundo, y para que se perciba la necesidad de renovación moral, de conversión, de liberación de una vida materialista y hedonista que nos está llevando a un callejón sin salida demográfica. De otro modo, el fantasma de una sociedad dura, cruel, egoísta y violenta pudiera convertirse en cruda realidad.
Hemos de ser conscientes y estar atentos a cómo Europa está siendo acechada. Al “nuevo orden internacional” le interesa el poder, la economía. Le estorba Europa, porque Europa es la razón, la verdad, la persona humana, la dignidad de la persona humana, el derecho, los derechos humanos, la libertad, la democracia, y eso estorba a ese “nuevo orden”; por eso el ataque, muy solapado y encubierto, contra el hombre, contra el humanismo, contra la verdad, la afirmación de la postverdad, la mentira y el engaño, el posthumanismo, el relativismo (no hay verdades, que son consideradas como sinónimo de intransigencia e intolerancia), la ideología de género que niega la naturaleza, la verdad del hombre y consiguientemente la realidad de Dios. Habría que hablar mucho de todo esto, pero Europa aún sigue siendo la custodia de estas dimensiones, y por eso hay que “cargarse” Europa, destruirla, debilitarla al máximo, hasta romperla y fraccionarla.
Y por eso mismo hay que defender Europa. Pero detrás de lo que es
Europa está la Iglesia, la matriz de donde nace Europa, junto con la
tradición judía, griega y romana. Es un momento muy delicado en el que
nos encontramos, pero hay que luchar por Europa, por defender la
identidad europea, si queremos un futuro esperanzador y de paz. Según
esto, parece que la «salvación de Europa estaría en volver a sus raíces
cristianas, a situar a la Iglesia dentro, de otra manera dentro de
Europa». En este sentido hay que reconocer, aunque a algunos les parece
todo lo contrario, que la Iglesia católica está en las mejores
condiciones para salvar a Europa. Ahí quedan los nombres de la
reconstrucción de Europa, que antes citaba: De Gasperi, Adenauer,
Schumann, a quienes podemos reconocer con toda justicia «Padres de la
nueva Europa». Y ahí tenemos también a San Juan Pablo II y a Benedicto
XVI, a quienes podemos incluir entre esos «padres».
¡Qué bien haríamos hoy de volver a ellos, tenerlos en cuenta, aprender de la Europa por la que lucharon!
Cardenal ANTONIO CAÑIZARES
Publicado en La Razón el 30 de enero de 2019.
¡Qué bien haríamos hoy de volver a ellos, tenerlos en cuenta, aprender de la Europa por la que lucharon!
Cardenal ANTONIO CAÑIZARES
Publicado en La Razón el 30 de enero de 2019.
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